Por Mookie Tenembaum
Durante años, las grandes tecnológicas fueron sinónimo de rentabilidad sostenida. Microsoft, con su software empresarial; Google, con su maquinaria publicitaria; Amazon, con su plataforma de comercio y su unidad de servicios digitales. Los márgenes eran sólidos, las fuentes de ingresos previsibles, y el capital se asignaba con disciplina. Pero el auge de la inteligencia artificial (IA) altera todas las métricas tradicionales. Ahora, la urgencia es estructural, el ecosistema se rediseña alrededor de una infraestructura crítica que consume capital a un ritmo inédito: los centros de datos.
Una planta de servidores es el equivalente físico de lo que muchos imaginan como “la nube” y no es otra cosa que un complejo industrial lleno de servidores que procesan y almacenan información. Pero la demanda de capacidad computacional explotó, ya que el modelo de interacción cambió. Ya no estamos en la era de las búsquedas individuales. Con los nuevos agentes inteligentes, es decir los sistemas que ejecutan acciones en cadena, como planificar un viaje, negociar un precio, elegir una póliza o incluso coordinar compras; cada solicitud desencadena múltiples procesos. Si antes una consulta requería una unidad de cómputo, ahora pueden ser veinte o más. Eso multiplica por diez o por veinte la presión sobre la infraestructura existente. Y por lo tanto, sobre el gasto de capital.
Microsoft y Google lo saben. En el último trimestre, ambas mostraron un crecimiento en sus unidades de IA y servicios en la nube. Pero esa expansión viene con una factura. Microsoft, por ejemplo, opera con márgenes operativos cercanos al 57% en su negocio tradicional de software, pero su unidad de nube apenas roza el 40%. En Google, la brecha es aún más pronunciada: mientras la publicidad genera márgenes cercanos al 40%, su negocio de nube sólo supera el 20%. Si la IA gana peso en la estructura de ingresos, el margen consolidado de ambas podría comprimirse. Y eso, tarde o temprano, se va a reflejar en las valoraciones.
Amazon enfrenta un escenario distinto. Puesto que su negocio principal es el comercio, tiene márgenes bajos, la expansión de Amazon Web Services, su unidad de servicios digitales, mejora el margen general. En otras palabras, la IA le suma rentabilidad, en lugar de diluirla. Eso explica por qué el mercado mira su evolución, incluso cuando su tasa de crecimiento se mantiene estable.
Todo esto plantea un dilema de asignación de capital para el inversor: ¿apostar a la compañía con más presencia actual en IA, o a la que puede absorber su crecimiento sin fagocitar su rentabilidad estructural? El ciclo que viene no será una carrera de velocidad, sino de resistencia: quién puede construir rápido sin sacrificar demasiado. Y en esa ecuación, no solo importa el tamaño del mercado de la IA, sino el costo real de entrar en él. Porque no hay nada gratis, y mucho menos en el mayor banquete tecnológico del siglo.
Las cosas como son
Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.
