Por Mookie Tenembaum
Los centros de datos se convirtieron en el corazón invisible de la nueva economía digital. Cada modelo de inteligencia artificial (IA), cada servicio en la nube, cada video transmitido y cada operación financiera dependen de ellos. Sin embargo, la mayoría de los inversores aún no comprenden qué son, cómo funcionan, por qué se han vuelto tan valiosos y, sobre todo, dónde están las verdaderas oportunidades para apuestas en este sector.
El punto de partida es entender qué es un centro de datos. En términos simples, es un edificio que alberga miles de computadoras potentes, o servidores. Estas máquinas necesitan energía eléctrica constante, sistemas de refrigeración para evitar el sobrecalentamiento, seguridad física y digital, y una conexión directa a redes de fibra óptica de alta velocidad. No es un espacio de oficinas ni una fábrica: es un contenedor de poder computacional.
Dentro de este ecosistema hay tres grandes tipos de actores. El primero son los propietarios de los edificios, conocidos como landlords. En el ámbito público, las dos empresas más importantes son Digital Realty y Equinix. Estas cotizan en bolsa como fideicomisos de inversión inmobiliaria (REITs). En el ámbito privado, el protagonismo lo tienen fondos gigantes como KKR y GIP (propietarios de CyrusOne), Blackstone (dueña de QTS) y Vantage. Blackstone, por ejemplo, invirtió tanto en QTS que los analistas estiman que pronto será el doble de grande que Digital Realty.
El segundo grupo son los clientes, llamados inquilinos. Estos alquilan el espacio y la energía dentro de esos centros. En la cima están los llamados hyperscalers: Amazon, Microsoft, Google y Meta. Estas compañías operan a una escala que ningún otro sector iguala. A su lado hay compañías tradicionales como JPMorgan o Walmart, estas alojan sus propios sistemas de datos pero en menor medida.
El tercer grupo es la red de conectividad: la fibra óptica. Empresas como Lumen, Zayo, Cogent, Crown Castle, AT&T y Verizon son las encargadas de llevar los datos desde y hacia los centros. Sin ellas, el hardware quedaría aislado. Otras, como Dycom o MasTec, construyen físicamente los tendidos, mientras que Corning fabrica los cables. En este punto se aprecia la interdependencia: sin fibra, la potencia de cómputo no sirve, y sin cómputo, la fibra no tiene valor.
El modelo de negocio de Digital Realty se basaba en construir enormes complejos para alojar servidores de los hyperscalers. Antes del auge de la IA, era un negocio casi indiferenciado, con retornos modestos, de 7 u 8 por ciento anual. Por su parte, Equinix desarrolló un enfoque distinto: ofrecer interconexión. En lugar de vender espacio físico, vende la posibilidad de que múltiples redes y empresas se conecten dentro de sus instalaciones. Esto crea un efecto de red ya que todas las compañías deben estar allí porque las demás ya lo están. Es un modelo comparable a un mercado financiero o una plataforma digital. Por eso, Equinix siempre tuvo un retorno sobre el capital más alto, de entre 13 y 15 por ciento.
La irrupción de la IA cambió este equilibrio. Los chips de Nvidia, esenciales para entrenar los algoritmos, consumen tanta energía que provocaron una escasez de capacidad en todo el mundo. Los grandes operadores de centros de datos se encontraron con más demanda de la que podían satisfacer. Los precios del espacio se duplicaron y los retornos de Digital Realty se dispararon al nivel de Equinix. Así, un negocio que hasta 2022 parecía saturado se transformó en uno de los más rentables de la década.
Para entender la geografía del fenómeno hay que distinguir entre dos etapas de la IA. El entrenamiento de modelos, el proceso de “enseñar” a la IA requiere cantidades colosales de energía, pero no depende de la proximidad a los usuarios. Por eso se realiza en lugares como Texas o Wyoming, donde la energía es barata. En cambio, la inferencia, cuando la IA responde o ejecuta tareas en tiempo real, como en un videojuego o un anuncio digital, esta sí debe estar cerca de las grandes ciudades para minimizar el retardo o latencia. Esa proximidad es la especialidad de Equinix, que domina los mercados urbanos de alto tráfico como Nueva York, Londres y Tokio. Cuando las aplicaciones de IA para el consumidor se masifiquen, Equinix estará en la posición ideal para capitalizarlas.
Un actor clave en esta historia es CoreWeave, un proveedor de nubes de GPU. No posee edificios propios: alquila espacio en centros de datos y los llena con miles de procesadores gráficos Nvidia. CoreWeave nació como empresa de minería de criptomonedas, lo que le dio experiencia en la gestión de grandes volúmenes de GPUs y en el manejo del calor y la energía. Cuando la minería perdió rentabilidad, reconvirtieron su infraestructura para ofrecer capacidad de cómputo a empresas de IA. El resultado ha sido un crecimiento explosivo: de $16 millones de dólares en ingresos en 2022 a más de $5.000 millones proyectados para 2025. Su principal cliente es Microsoft, que representa el 70% de su facturación, y mantiene acuerdos estratégicos con OpenAI.
La ventaja de CoreWeave es doble. Por un lado, Nvidia la respalda como alternativa a los gigantes de la nube como Amazon, Microsoft y Google; que concentran demasiado poder. Por otro, posee la habilidad técnica para operar clústeres de GPUs, sistemas complejos con altas tasas de falla que requieren supervisión continua. El riesgo evidente es su dependencia de pocos clientes y la posible entrada de los propios hyperscalers en su nicho.
El cuello de botella más crítico de toda la industria no es el dinero ni el espacio físico, sino la energía. Un solo centro de datos puede consumir tanta electricidad como una ciudad pequeña. En Estados Unidos, los centros representan un porcentaje minúsculo pero creciente del consumo nacional, y las redes locales de distribución ya muestran límites. Paradójicamente, esta escasez energética es lo que sostiene los precios elevados y los altos retornos. Las empresas capaces de asegurar suministro eléctrico confiable son las que dominan el mercado.
Pese al auge, las acciones de Digital Realty y Equinix han caído este año. El motivo no es operativo, sino financiero, ya que el aumento de gasto de capital reduce temporalmente el flujo de caja, algo que disgusta a los inversores bursátiles. En un entorno privado, como el de Blackstone, ese gasto se vería como una oportunidad. En los mercados públicos, se percibe como un sacrificio a corto plazo.
La historia no termina en los edificios. También hay oportunidades en las redes que los conectan. Lumen, antes conocida como Level 3, construyó en los años noventa una red nacional con una docena de conductos de fibra óptica, pero solo usó uno. Hoy, con la expansión de la IA, reactiva los canales inactivos para desplegar nueva fibra y firmando contratos multimillonarios con los hyperscalers. Cogent, por su parte, compró la antigua red de Sprint y la moderniza para ofrecer transporte de alta capacidad, lo que la posiciona como competidora directa de Lumen y Zayo en el mercado de infraestructura de IA.
En conjunto, este ecosistema forma el nuevo cimiento físico del mundo digital. Cada dólar invertido en modelos de IA genera demanda equivalente en megavatios, metros cuadrados y kilómetros de fibra. Los inversores que comprendan esta conexión pueden anticiparse a una tendencia estructural: la digitalización ya no depende del software, sino del acero, el cemento y la electricidad que lo sostienen. La próxima gran ola de rentabilidad no está en las pantallas, sino en los edificios que nadie ve.
Las cosas como son
Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.
